
Domingo de noche. Cena familiar. J. de mal humor, como siempre. Serán
sus hormonas? Quién lo sabe. El menú es su preferido, en la tele estamos viendo el programa que él eligió, pero su mal humor sigue tan campante.
PRIMER ROUND
- Dice el padre de mi amigo G. que esas porquerías que me das para la anemia no sirven para nada (las porquerías son, según el médico de J., el mejor suplemento de hierro, que además como no lo cubre la mutualista hace cuatro años que lo compro particular)
-¿Estás seguro de que te dijo eso? No es común que un médico haga ese tipo de comentario
-Bué, no dijo exacto eso, dijo que de repente ahora no tengo anemia (igualito)
- Sí, en este momento no tenés, porque el hierro te hace bien y mientras crezcas lo tenés que tomar, así seguís sin anemia. Además lo único que vio el padre de G. fue un análisis que te dio normal, con eso no puede saber lo que tenías antes.
SEGUNDO ROUND
Dos bocados de pizza con muzarella y J. vuelve al ataque, con su peor cara de pocos amigos.
-Además yo quería decirle al padre de G. qué eran esas pastillas inmundas que me dabas cuando era más chico, las que eran tan grandes que las molías, las mezclabas en jugo de naranja y eran un asco que me hacían vomitar... y no sabía decirle. ¿Qué era ese asco que me dabas?
¿Te contesto o te mato? ¿Te explico que era un suplemento que te hacía traer desde USA, que como no te gustaban te hacía jugo de naranja para mezclarlas, ¡¡que nunca vomitaste!!, y que en esa época dorada de tu vida -y de mis finanzas- disfrutabas del asunto de hacer el juguito y moler la pastillita para que el angelito se tome el remedio, que anda flaquito y anémico?
No, mejor no te contesto, todavía me decís que no es tu culpa, que vos no lo pediste, que problema mío si te compraba, que ahora te lo vengo a reprochar, bla, bla, bla. Tampoco te mato, que después me va a dar remordimiento.