
Al principio lo seguí atendiendo, ya que ellos muestran para atender el teléfono, o el timbre, o cualquier otra cosa, la misma diligencia que una tortuga narcotizada.
Cuando las estadísticas me permitieron constatar que de 100 llamadas, 99 eran para ellos, simplemente dejé de atender.
Más allá de atender o no, durante mucho tiempo era imposible dormir siesta, estudiar tranquila o cualquier otra cosa, ya que la música del ring acompañaba todas las actividades. A esto había que sumarle las peleas por el uso del aparato.
Bueno, lo que pasó seguro que todos lo hemos ido viviendo. Entre los mensajes de texto e Internet poco a poco el teléfono "normal" fue callando su desagradable voz.
Tanto que ahora sorprende oírlo sonar y poco a poco las estadísticas me van favoreciendo, veteranas como mi madre, amigas que todavía no usan mucho el celular, etc, hay suficientes llamadas para mí como para que valga la pena ir y atenderlo.
A las siglas sagradas, SMS y MSN le debo que haya vuelto la calma telefónica a mis fines de semana.